CANARIAS ARQUEOTOPOGRÁFICA
El
paisaje de las creencias
José Juan Jiménez
González
(Conservador
del Museo Arqueológico de Tenerife)
Fotos
de Alejandro Jiménez Pérez
La
Arqueotopografía es una disciplina que observa, examina, registra e investiga ubicaciones,
establecimientos y enclaves dispuestos de forma privilegiada hacia diversos elementos
del entorno, el paisaje, el horizonte, el firmamento u otras construcciones y
objetos arqueológicos singularizados.
Los emplazamientos, sus orientaciones contrastadas
y las alineaciones verificadas empíricamente implican la presencia de los
denominados «marcadores arqueotopográficos» y demuestran de forma fehaciente el
interés desplegado por las culturas del pasado para interrelacionar en el espacio
sus lugares habitacionales, cultuales y funerarios con hitos de la naturaleza y
el territorio que resultaban de especial relevancia o poseían características señeras.
De ahí que las implicaciones arqueotopográficas alcancen a otras tantas materias
y especialidades relacionadas con la Arqueología, como Arqueoastronomía, Etnoastronomía,
Etnoarqueología, Antropología funeraria, Etnología, Etnografía, Topografía e Historia
de las religiones, postulando redes y entramados interconectados a una realidad
geomorfológica global más densa en la que menudea el protagonismo que interesa las
relaciones con objetos celestes como el sol, la luna y las estrellas, la
arquitectura de la vida y de la muerte, el simbolismo monumental y trascendente
conectado con ciertas edificaciones, amurallamientos o el propio relieve.
Sin embargo, los registros gráficos estadísticos
ilustrativos de todas estas disposiciones albergan también una dimensión
temporal en tanto en cuanto permiten dilucidar la conformación tecno-cultural que
dio lugar a la configuración de los calendarios de los pueblos de la Antigüedad
y –además– nos ofrecen la exactitud y precisión de cronologías astronómicas que
añadir a los otros medios de datación más habituales en el registro arqueológico,
confrontándolos y/o complementándolos de manera significativa.
Así pues, en este prolijo ámbito de la
Arqueotopografía, ahora enunciaremos su aplicabilidad en tres de los campos de
estudio que destacan por su elevada potencialidad y prodigalidad en el
patrimonio arqueológico de las islas Canarias: los lugares cultuales, las
manifestaciones rupestres y el mundo funerario.
Los entornos de la deidad
En muchas
sociedades una de las funciones importantes que se otorgan a los ritos, los
cultos y las creencias religiosas, reside en su capacidad ideológica para aunar
los cuerpos sociales, al poner énfasis en su unicidad, en su especificidad ante
los demás.
Habitualmente, las sociedades de jefatura
crean un recubrimiento fervoroso sobre los sistemas cultuales familiares,
locales, segmentarios, jerárquicos e, incluso, estratificados, abarcando todas sus
actividades. Los emplazamientos y recintos donde tienen lugar las ceremonias
pertenecen a la colectividad y se construyen mediante el esfuerzo altruista de
sus miembros, de lo que dimana lo que se conoce como «consenso de los
gobernados». En este contexto los gobernantes pueden planificar y proyectar
porque les es plausible la consecución del consenso.
Como otros aspectos de la superestructura
la religión cumple una gran diversidad de funciones económicas, sociales, políticas,
ideológicas y psicológicas. De ahí que una buena fórmula para empezar a
comprender la diversidad de estos fenómenos sea –como propone M. Harris–
investigar si hay creencias y prácticas asociadas a niveles concretos de desarrollo
político y económico.
Desde este punto de vista, cuando se
afronta una coyuntura de calamidad –por
ejemplo, una sequía prolongada– se
acude al rito comunitario, ya que las lluvias cumplen un papel fundamental para
la supervivencia de muchos grupos humanos. Este tipo de manifestaciones se
conoce como «ritos de solidaridad» y en ellos la participación en rituales
públicos de carácter dramático realza el sentido de identidad grupal, coordina
las acciones de sus miembros individuales y prepara a la colectividad para la
cooperación inmediata o futura.
Por otro lado, podemos observar un «proceso
de revitalización» en el cual se relacionan la creencia y el ritual religioso
con las condiciones políticas y económicas de las que hablamos, resultando una
interacción entre una casta, clase, minoría u otra agrupación social necesitada
y subordinada y un sector preponderante, haciendo comprensible que en las
sociedades estratificadas el Dios supremo domine a los dioses menores,
domésticos u hogareños, y tienda a ser una figura más activa a la cual
sacerdotes y plebeyos dirigen sus oraciones.
Pero –además– la creencia de que el dominio y el acatamiento
caracterizan las relaciones entre las deidades es de gran valor para obtener la
cooperación de las clases subordinadas en sociedades jerarquizadas, como
sucedía en los ritos acuíferos piaculares mencionados en fuentes etnohistóricas
de Canarias, como la redactada por A. Cedeño a fines del siglo XV:
Los demás cojían el ganado
de los tales diesmos i lo encerraban en un corral o cercado de pared de piedra
i allí lo dejavan sin comer aunque fuese tres días, i lo dejaban dar muchos
validos i toda la gente balaba como ellos, hasta que llovía, i si tardaba el
agua, dábales mui poco que comer, i volvían a encerrarlos. Ellos también aiunaban,
aunque no se saue el modo.
En sí mismo y por sí mismo el ceremonial posee
un gran efecto de integración social, especialmente cuando los rituales y
cultos suponen la asistencia de gran número de personas y tienen como objeto
las intenciones de toda la comunidad. Este último aspecto es una función
tecnológica del sistema de autoridad pues el sacerdote necesita la presencia
del pueblo y la participación efectiva de gran número de sus miembros que canten,
griten, bailen, toquen las palmas, recen, coman o ayunen. Todo ello constituye
un esfuerzo en pro de la comunidad conducido por la autoridad o por sus
representantes.
Yacimiento arqueológico con atribuciones astronómicas de la Montaña de Cuatro Puertas |
Tal y como estamos percibiendo, en el
transcurso del ritual de la lluvia el ganado era alimentado selectiva e
intermitentemente para que con sus balidos, y miméticamente los de la
colectividad, que también ayunaba, se lograse aplacar los elementos naturales
adversos.
Siguiendo una prolongación y proyección de
estos hábitos, puede hablarse de «animatismo» cuando se atribuyen propiedades
vitales a rocas, vasijas, eclipses, cometas, tormentas y volcanes como
expresión de fuerzas y poderes extraordinarios. Elementos sacralizados
distribuidos por toda la geografía de Canarias como grutas, bosques, fuentes,
árboles, montañas, calderas volcánicas, sierras, roques, monolitos y pitones,
son una muestra de los lugares que fueron destacados por su asociación con
actividades mágicas y cultuales. En esos contextos, los descubrimientos
arqueológicos rupestres resultan abundantes en las islas del archipiélago
Canario, como puede inferirse de T.A. Marín de Cubas:
Hacían raias en tablas,
pared o piedras [que] llamaban
tara, y tarja aquella memoria de lo que significaban.
El mantenimiento del aparato religioso y
de sus miembros se estableció siguiendo una reciprocidad y una redistribución orientada
al culto, según nos informa –de nuevo– el cronista Cedeño:
De
los frutos que cojían daban cierta parte de todos ellos, que parece ser la
décima parte, a personas que tenían a guardarlas i sustentarse de ellas. Estos
eran hombres que viuían en cuebas i casas de tierra.
Hitos en el territorio sagrado
Los
grabados rupestres permiten establecer los códigos mentales y conductuales reproducidos
por las sociedades canarias prehispánicas como una forma de comunicación
perdurable en el tiempo. Entre ellos podemos señalar signos e ideogramas geométricos
y figurativos ejecutados con técnicas, temáticas, estilos y dimensiones
heterogéneas. Estas manifestaciones que expresan actitudes, concepciones y
valores socioculturales esenciales delatan emplazamientos arqueotopográficos análogos
en todo el archipiélago Canario, aunque a veces se aprecian particularidades insulares
muy específicas. De esta manera, los motivos esquemáticos, alegóricos y
alfabéticos son profusamente copiosos en la mayoría de los yacimientos
rupestres de casi todas las islas, siendo más que frecuente avistarlos en puntos
retirados, eminentes, destacados, distinguidos y segregados de los ambientes
habituales más inmediatos, como algunas crestas montuosas, sierras, diques,
roques, pitones e interfluvios de barranco, o formando parte de accidentes del
terreno y formaciones geológicas singulares del paisaje que resaltan
ocasionalmente en la distancia por los colores rojo, blanco o negro, como todavía
se manifiesta en la toponimia actual (Montaña Roja o Bermeja, Roque Bermejo,
Montaña Blanca, Riscos Blancos, Montañón Negro, Cuevas Negras,…).
Estos hitos rupestres de la arqueotopografía
de Canarias tuvieron una significación singular memorable, sacralizada y de
carácter simbólico, dado que en algunos enclaves como la Montaña de Tindaya
(Fuerteventura) se representaron más de trescientos podomorfos, mientras en la
Sierra de Amurga (Gran Canaria) se tallaron multitud de pocetas y cazoletas. De
igual manera que ocurre en el Pico de Yeje (Tenerife) donde –además– se
practicaron insculturas zoomorfas y de carácter astral, en la cumbre de la
Caldera de Taburiente (La Palma) que hace gala de una gran presencia de grabados
espiraliformes, meandriformes y círculos concéntricos que también fueron reproducidos en
la decoración cerámica indígena. En El Julan (El Hierro) los signos geométricos, figurativos
y alfabéticos líbico-bereberes coexisten con cuevas funerarias, aras de sacrificio
y concheros, en Gran Canaria se han documentado antropomorfos, zoomorfos y
alfabéticos en el Lomo de los Letreros del barranco de Balos y en el interior
de la Caldera volcánica de Bandama. Como en Lanzarote y Fuerteventura, donde
existen en la cumbre de las montañas, en lomos, roques y pitones destacados, mientras
en La Gomera aparecen motivos geométricos, cazoletas excavadas en las
eminencias del relieve, inscripciones alfabetiformes en las Toscas del Guirre y
círculos de piedra como los descubiertos en la cima de la Fortaleza de Chipude.
Estos y otros ingredientes nos permiten
proponer que los emplazamientos fueron elegidos como protagonistas
arqueotopográficos relevantes en virtud de sus propias implicaciones como
santuarios cultuales.
A pesar de la existencia de claras especificidades insulares, llama
poderosamente la atención la gran similitud existente en la localización de los
yacimientos descubiertos hasta hoy. Así
pues, no parece ocioso tender a esclarecer la importancia arqueotopográfica de estas
ubicaciones que interesan al periodo prehispánico de todas y cada una de las
islas del archipiélago Canario. La articulación de nuevas propuestas de
investigación sobre la topografía cultual y ritual del territorio nos brinda una
perspectiva alternativa y novedosa que resalta las circunstancias que contribuyeron
a conceptualizar la naturaleza pretérita de sus elementos integrantes.
Caldera de Bandama en cuyo entorno se localizan incripciones rupestres alfabéticas |
Todo ello incide en la perentoriedad de distinguir,
computar y registrar con minuciosidad los puntos donde se han realizado las
manifestaciones rupestres y los elementos arqueológicos asociados, tomando como
referencia –por un lado– la sinergia sustantiva entre los soportes pétreos y
los item asociados y –por otro– la
ambivalencia entre éstos y el ámbito geográfico en que fueron emplazados. A
partir de esta ecuación puede percibirse con nitidez que la elección de los
enclaves no responde a arbitrariedades inconsistentes, sino que la puntualización
paisajística como sitio de observación y, a la vez, como lugar de recepción
visual, auspician la relevancia, recurrencia y persistencia de estos lugares
como marcadores arqueotopográficos. Por tanto, intervinieron parámetros mentales
y conductuales de amplio calado que implicaron a toda la sociedad en una
secuencia temporal extensa, contemplada desde una perspectiva diacrónica. De
ahí que exista una interdependencia entre los hitos ocupacionales y los
contextos socioculturales a través del tiempo.
Otra cuestión es perfilar los factores que posibilitan
la práctica de inferencias relevantes a tenor de la mayor o menor abundancia de
los elementos arqueológicos implicados (grabados y otros recursos rupestres,
estructuras de piedra, estelas, betilos, piedras hincadas, torretas, aras de
sacrificio, concheros, áreas de combustión, enterramientos, amurallamientos,…)
en consonancia a la ubicuidad que dicta la propia topografía, para lo cual podemos
aplicar métodos magnéticos y posicionales específicos sobre el terreno. Estos procedimientos
experimentales ofrecen registros cuantitativos y cualitativos de datos y abren una
puerta bastante solvente a las aplicaciones posicionales de localización,
orientación, declinación, alineación y perfilado, atendiendo al diagnóstico
analítico de las mediciones exactas de sus respectivas posiciones. Por ello, es
altamente recomendable que, cuando sea posible, se tomen todos los vectores
geográficos con la mayor escrupulosidad, pues los métodos técnicos de campo ensayados
tendrán otras muchas implicaciones en virtud de los enclaves y desde los propios
enclaves.
Vista general del yacimiento arqueológico de la Cueva de los Canarios |
Arqueotopografía
funeraria
El análisis arqueológico
de la jerarquía, la estratificación y la ascendencia social en la prehistoria y
la protohistoria puede ser planteado mediante datos obtenidos de los
enterramientos, pues desde hace algunas décadas los arqueólogos observaron que esos
aspectos podían corroborar, verificar o descartar hipótesis similares a las
obtenidas a partir de datos recabados en los contextos domésticos de
habitación.
Los casos etnográficos recopilados por P.J. Ucko
muestran que resulta erróneo vincular los diversos métodos de enterramiento de
una colectividad con la presencia de diferentes grupos étnicos y asumir –linealmente–
que si varían tales hábitos funerarios debe producirse un cambio en la
ideología religiosa. La práctica funeraria es, hasta cierto punto, bastante
inestable pues una de sus características habituales reside en su relativa
fluctuación, dando lugar a que varios métodos de enterramiento coincidan en una
misma sociedad mientras el mismo método tiene múltiples aplicaciones en colectividades
sucesivas.
En arqueología se emplean diversos criterios para
identificar y probar diferencias económicas en una comunidad, entre los que
destacan el ajuar depositado en las tumbas, las áreas específicas de las necrópolis,
la estandarización de las costumbres de enterramiento, el tamaño de las
construcciones funerarias y la evidencia de los restos humanos. Sin embargo, la
certeza etnográfica sugiere que la identificación arqueológica de divergencias
socioeconómicas no es tan sencilla como aparenta. En muchas sociedades los bebés
y los niños son distinguidos de los adultos en el enterramiento, al igual que
otras categorías de la población, como los muertos por un rayo, los ahogados,
los fallecidos por enfermedades contagiosas, las hechiceras, los sacerdotes,
los jefes, los asesinos, los suicidas y los ancianos.
Cuando el material arqueológico es analizado
contando con la variación y la inestabilidad procura extensas repercusiones a
la investigación. En muchos casos, el arqueólogo debe trasladar su atención
desde formas de enterramiento exclusivo como –por ejemplo en el caso de
Canarias– momificación versus inhumación, a cualquier otro rasgo de
diagnóstico cultural que le permita apreciar las proporciones de diferentes
prácticas de sepultura en un grupo o área particular y construir así una
tipología funeraria más coherente con el desarrollo de hipótesis de trabajo y con
la articulación de teorías de amplio alcance.
No obstante, la simple clasificación de tipos de
enterramiento, sin sus proporciones relativas, plantea demasiadas incertidumbres
porque la posibilidad de formas diferentes de inhumación resulta limitada
cuando se consideran únicamente categorías visibles en el registro
arqueológico. Así, en Arqueología se asume que los rasgos significativos de la
orientación sepulcral son la dirección de la cabeza y la colocación del rostro
del cadáver, pero en realidad existen muchas más formas de orientar una tumba
porque aunque los enterramientos y las estructuras funerarias son elementos
estáticos hallados en el trabajo de campo y la propia excavación, de hecho son el
resultado de procesos sociales variados, que podemos ejemplificar en Egipto donde
la orientación errática norte/sur y este/oeste se realizaba disponiendo los
enterramientos hacia el sol y la luna usando el Nilo como un guía conveniente; mientras
las inhumaciones practicadas por las antiguas poblaciones saharianas denotan
cuerpos orientados en un eje este-oeste como parte de un rito solar.
Para establecer la relación entre la monumentalidad
del enterramiento y el grado de estatus alcanzado por los individuos, Fleming
comparó la envergadura superficial de los túmulos con el tamaño de las cámaras
funerarias, de forma que si aquélla era amplia y el espacio de enterramiento
limitado asignaba a las tumbas una relevancia individual. También pudo practicar
inferencias registrando la amplitud y capacidad del sepulcro, así como teorizando
sobre el coste energético y el trabajo invertido en la construcción. El autor plantea
que el cambio de tumbas individuales a tumbas múltiples, es consecuencia de la implantación
de un sistema de linaje segmentario. Por su parte, Binford no encontró
diferencias funerarias formales relacionadas con el estatus entre
cazadores-recolectores, pastores y agricultores itinerantes, pero sí una
diversidad significativa entre esos tres grupos y los agricultores sedentarios.
El caso de Canarias atesora una aparentemente
paradójica «homogeneidad heterogénea» en el ámbito funerario, pues en la esfera
de las orientaciones y alineaciones guarda una concordancia con las culturas isleñas,
influidas por las limitaciones típicas de la insularidad: el aislamiento
relativo, el territorio reducido y la perentoria disponibilidad de recursos. De
estos factores, los imponderables territoriales introducen parámetros
específicos en lo que toca a la Arqueotopografía: la existencia del horizonte
marino y los recíprocos «marcadores arqueotopográficos» que –en algunos casos–
conforman los perfiles de los relieves insulares sobre el océano, tanto
respecto a la misma isla como en relación a las que son visibles entre sí.
Esto se hace evidente cuando se toman en
consideración el orto, el ocaso o las paradas mayores y menores de cuerpos
celestes significados desde el punto de vista etnoastronómico en conexión con
el mundo funerario, cultual y/o ritual. De manera que, por ejemplo en Gran
Canaria, existe una interdependencia entre el primer haz de luz del orto solar
en el equinoccio, la cresta de la montaña de Amurga y el denominado «Túmulo del
Rey» de la necrópolis de Arteara, o entre el «Gran Túmulo de El Agujero-La
Guancha», la cúspide de la montaña de Gáldar y la salida del sol en el
solsticio de invierno. De forma similar a lo perceptible en Lanzarote desde el
poblado de Zonzamas en relación al orto solar equinoccial sobre la cima del volcán
de Tahiche. De la misma manera ocurre en Fuerteventura, pues –como han citado
Belmonte y Perera Betancor– desde la cima de la montaña de Tindaya se observan horizontes
arqueotopográficos situados en Gran Canaria, Tenerife y la propia Fuerteventura,
orientaciones vinculadas al ocaso solar del solsticio de invierno, las paradas
mayor y menor de la luna, así como un rango significativo de podomorfos dispuestos
hacia la estrella Fomalhaut
coincidente con un segmento de cronología astronómica que comprende un
paréntesis temporal situado entre los años 100 y 1400. Desde el yacimiento
arqueológico situado en el Pico de Yeje, en Tenerife, se perciben los
horizontes arqueotopográficos de los Altos del Garajonay en La Gomera y el
Roque de los Muchachos en La Palma, mientras desde en estas dos islas existen
enclaves arqueológicos, respectivamente en el propio Garajonay y en la Cueva de
Tajodeque, que tienen como marcador arqueotopográfico el volcán Teide en
Tenerife.
Panorámica de un elemento del relieve con implicaciones arqueotopográficas en Canarias |
Conclusión
La Arqueotopografía
ofrece un panorama real y potencial que nos permite enunciar, evaluar, explicar
e interpretar elementos significativos del contexto arqueológico. De ellos
hemos presentado los lugares de culto, las estaciones rupestres y el mundo
funerario, tres campos de investigación que
gozan de una elevada prodigalidad en la Arqueología de las islas Canarias.
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