Páginas

viernes, 12 de julio de 2013

Artículo sobre la Cueva de Las Goteras



La cueva de Las Goteras
(Tenerife, Bajamar). 

Un valioso y recóndito enclave donde Arqueología y Geología se fusionan

Daniel García Pulido

Fondo de Canarias
Biblioteca General y de Humanidades
Universidad de La Laguna

dgarciap@ull.edu.es




Introducción

Desde hace décadas ha dejado de resultar paradójica la triste circunstancia, salvo contadas y bellísimas excepciones, de la situación de gran parte del patrimonio de nuestra isla de Tenerife. Esa riqueza hereditaria, tanto en sus acepciones natural como histórica, en sus apartados inmaterial como etnográfico, atesora ejemplos y registros invaluables, únicos en su inmensa mayoría, los cuales, a pesar de ser un reflejo privilegiado de épocas pasadas, languidecen a la espera de un tratamiento, a veces de unas sencillas actuaciones, que les devuelvan ese sentido y esencia dentro de nuestro devenir actual. En esa línea, aunque parezca igualmente flagrante, ya incluso deja de resultar sorprendente y puede que sea hasta «entendible» que no existan yacimientos aborígenes accesibles dentro de la oferta cultural de la isla de Tenerife, espacios que permitan al visitante, al escolar o al interesado el descubrir y conocer in situ la realidad de ese mundo prehispánico que, hoy por hoy, nos llega deslavazado por efecto del escaso eco o la poca difusión de los interesantes estudios ya editados, por la escasa crítica científica existente y por las secuelas distorsionadoras del nacionalismo.

Aula Canaria de Investigación Histórica
Fotografía del interior de la cueva, cedida por Javier Miranda


A pesar de este panorama que puede constatarse a cada paso en esta hermosa isla, ello no es óbice para que se sigan dando a la luz propuestas que pugnen por rescatar pedazos de ese patrimonio bajo diferentes lecturas, tal y como es intención y propósito de estas líneas: fijar por momentos el foco de atención del lector sobre un rincón, la cueva de Las Goteras, en Bajamar, que clama por su inclusión entre los espacios protegidos canarios por sus características singulares en campos tan atractivos como la Geología y la Arqueología insulares. En este enclave se cumple la valiosa circunstancia de la confluencia de múltiples retazos de información, provenientes de diversas fuentes, sobre el que presumiblemente es el mismo punto de origen, hecho este que genera siempre en todo estudioso la necesidad de reunir, clasificar y plasmar en papel esas referencias para que sirvan de guía para otros investigadores, para que no se siga reiterando en ese error o interpretación sesgada, y se pueda avanzar así en una mejor comprensión del objeto o sujeto en estudio. El emplazamiento objeto de nuestros desvelos podría pasar como episodio paradigmático en este sentido, con testimonios en varios frentes de una gran relevancia que, englobados en un solo lugar, confieren a este una etiqueta de atención privilegiada. Ese y no otro fin es el que nos ha movido a redactar este texto, con la esperanza de que pueda servir de reclamo y utilidad para los especialistas, sobre quienes obviamente recae la responsabilidad de un estudio pormenorizado y ajustado sobre un enclave que reclama una atención singularizada en nuestro horizonte patrimonial.

 
Mapa general de su ubicación, cedido por Javier Soler

Ubicación - referencias geográficas

La realidad y ubicación física de esta cueva las conocemos merced a dos testimonios: uno documental, a través del informe efectuado por una comisión del Instituto de Estudios Canarios fechado en octubre de 1933 [1]; y otro personal, brindado por nuestro amigo Javier García Miranda, quien amablemente nos ha cedido las referencias exactas de su vinculación y estudio sobre este paraje y a quien debemos la realidad efectiva de este artículo. Situada en medio de una pared vertical de aproximadamente 70 metros de altura en la ensenada de Las Goteras, en la costa de Bajamar (muy próxima a las instalaciones del Club Náutico de dicha localidad), la entrada de la gruta puede fijarse en torno a unos 40 metros del suelo y a unos 30 del borde superior del acantilado. De muy difícil observación desde tierra, solo puede adivinarse su entrada mirando desde el lado del precitado Club Náutico, ya que desde el Charco de La Laja una gran roca obtura la visión de su boca natural.

El ingreso en dicha concavidad es factible en la actualidad únicamente con el auxilio inexcusable de equipamientos de escalada, si bien existe (y hay constancia que en 1933 se utilizó para el acceso a la misma) «una imperceptible vereda en el mismo acantilado, casi por completo vertical, llegando a ella asiéndose a pequeños retallos y con evidente peligro».

Detalle del acantilado de Las Goteras, con indicación de la ubicación de la cueva. [Fotografía de Cande Betancor]


Topónimo de «Las Goteras»

A través del maravilloso recurso de investigación que representa la aplicación tecnológica ofrecida por GrafCan (de la agencia IDE Canarias) hemos podemos confirmar que la voz o término «Las Goteras», que identifica a la cueva objeto de nuestro estudio y, que por extensión, da nombre a todo el lugar y cala próximas, es un topónimo muy extendido en las Islas, con ejemplos en todas y cada una de ellas [2]. Siguiendo al Diccionario de la Real Academia de la Lengua, esta acepción de «goteras» define las «filtraciones de agua a través de un techo» o «las grietas por donde se filtra dicha agua», lo que nos da pie a pensar que las características singulares de las «goteras» de esta cueva (sobre las que hablaremos con detalle más adelante) otorgaron nombre a todo el enclave, sentando un matiz de preponderancia y principalidad de esta concavidad respecto al medio cercano en que se encuentra.

En Tenerife encontramos este topónimo asociado especialmente a barrancos, existiendo un ejemplo con ese mismo nombre, al menos, hasta en siete municipios (Candelaria, Arico, Adeje, Tacoronte, Guía de Isora, Güímar y Vilaflor) [3]. En un intento de refrendar la utilización de este apelativo a otras concavidades o grutas solo hemos podido encontrar referencias a la cueva de La Gotera, en Guía de Isora, que debe compartir la especificidad de las mencionadas escorrentías y goteos en su techo.


Descripción de la Cueva de «Las Goteras» - Referencias geológicas

La cueva de Las Goteras presenta unprimer tramo en forma de túnel o tubo volcánico longitudinal, de aproximadamente unos 80-100 metros de largo, que por su altura holgada permite mantenerse erguidos sin dificultades a quienes acceden a ella. El túnel se va estrechando en su extremo final, hasta terminar en una pared donde parece finalizar su recorrido hacia las entrañas del acantilado; no obstante, a ras de suelo existe un pequeño hueco de apenas 40 centímetros de altura, de corte ovalado (accidente geográfico que los espeleólogos denominan «gatera»), que da paso a una continuación del tubo volcánico que esconde o escondía el verdadero tesoro geológico de esta emplazamiento. En una sucesión asombrosa de varias bóvedas de tamaño considerable aparece el suelo y partes del techo cubiertos por una especie de mineral cristalino de origen calcáreo -que inicialmente recuerda muchísimo al cuarzo-. En las precitadas bóvedas pueden contemplarse hoy en día, junto a esos grandes «lamparones» del mineral cristalino adherido a la piedra natural de la concavidad, las bases truncadas de lo que fueron unas enormes estalactitas que fueron arrancadas de su emplazamiento original. Este lamentable expolio ya aparecía documentado en el informe del Instituto de Estudios Canarias (1933) cuando se afirmaba que pudieron observarse restos de estalactitas en el interior de la Cueva de Las Goteras que fueron destrozadas porque acaso «creían encontrar oro en su interior, [lo que] fue la causa de su completo destrozo, [pues] tenían hasta tres metros de longitud, formando, seguramente, un bello aspecto por su absoluta blancura y por la belleza de sus formas». Desconocemos si existen o existieron en el Archipiélago ejemplos tan formidables de sedimentación calcárea cristalina pero tan solo su recuerdo y su recreación visual en un espacio que todavía subsiste creemos que convierten a esta cueva en un rincón especial dentro del patrimonio geológico insular [4].

Javier García Miranda en la expedición de visita de 1997

En una excursión efectuada en noviembre de 1997 por un grupo de cinco personas, bajo la dirección del montañero y espeleólogo José Luis Gómez, se pudieron hallar todavía muchos trozos grandes de aquel material (con fragmentos de hasta 30 centímetros), que fueron depositados en el departamento de Geología de la Universidad de La Laguna para su identificación, clasificación y protección. No deja de resultar curioso que la primera impresión de los especialistas que recibieron estos ejemplares minerales cristalinos dudaran de su procedencia local, afirmando que esos trozos de roca provenían de yacimientos ajenos a la isla de Tenerife, ya que, al parecer, no existía otro precedente en grandes cantidades, a excepción de pequeños fragmentos de apenas unos centímetros encontrados en la célebre Cueva del Viento en Icod de los Vinos.

Tras esa serie de grandes bóvedas donde se hallaron en el pasado aquellas estalactitas de metros de longitud, continuaba el tubo volcánico de la cueva de Las Goteras en una sucesión de otras concavidades más pequeñas, a las que se accedía a ras de suelo a través de nuevas «gateras». Según las referencias que debemos a dicha expedición, el recorrido aproximado de las diferentes galerías y recovecos de aquel yacimiento alcanza la importante cifra de unos 600 metros en total.


Referencias arqueológicas en dicha cueva

Al indudable valor geológico de la cueva de Las Goteras debe añadirse además su calidad como yacimiento arqueológico, hecho contrastado, como mínimo, en el citado informe elaborado por el Instituto de Estudios Canarios en 1933. En aquel entonces, Peraza de Ayala y Rodrigo-Vallabriga, junto a De la Rosa Olivera y otros, fueron testigos de que, a pesar de que la cavidad «había sido por completo arrasada a la visita de la misión de este Instituto», se llegó a verificar el hallazgo de «tres o cuatro esqueletos, que no han podido ser recuperados, siendo digno de notarse que entre ellos se encontraron, casi al comienzo de la misma, dos esqueletos, uno de persona mayor, otro, a su lado, de niños..». Su no recuperación debió ser consecuencia, aparte de por su estado fragmentario y revuelto, de las condiciones tan peligrosas del acceso a la cueva, que no ofrecían condiciones de traslado seguras para el material a proteger, así como, posiblemente, a la falta de envoltorios o bolsos adaptados para la manipulación de los restos arqueológicos. La imposibilidad de extracción de ese patrimonio quedó verificada cuando, hacia 1996, la cueva fue visitada por el anteriormente citado ex-legionario de Punta del Hidalgo, quien contó a sus amistades que «en el interior había muchos huesos humanos y vasijas de barro», y que perdió estas reliquias al caérseles al mar al intentar bajarlas por la peligrosa vereda. Siguiendo el testimonio de García Miranda, aún en la actualidad, si bien a simple vista no se advierte ninguna evidencia de restos arqueológicos de relevancia, especialmente debido a la gruesa capa de excrementos secos de aves marinas que colapsan el piso de la cueva en sus extremos inicial y medio, pueden hallarse en el suelo fragmentos de cerámica y restos humanos de pequeño tamaño (trozos de costillas, vértebras).
  
No obstante, el registro arqueológico más valioso que posiblemente encerraba la cueva de Las Goteras (o alguna de las ubicadas en sus cercanías), y que junto con aquellas estalactitas calcáreas de metros de longitud confieren a este yacimiento un punto de atención especial en el horizonte patrimonial de la isla, no se encuentra depositado en su interior sino en la seguridad de una vitrina del antiguo Instituto de Canarias, hoy Instituto Cabrera Pinto de La Laguna. En las dependencias de su interesante Museo de Historia Natural figura una momia aborigen, sobre la que nos da referencias el arqueólogo Sebastián Jiménez Sánchez en un informe de 1941:

«En una de las salitas de Historia Natural del Instituto Nacional de Enseñanza Media de la ciudad de La Laguna, se exhibe muy bien conservada, una interesante momia, al parecer de mujer, envuelta desde el cuello a la rodilla en dos capas de pieles adobadas y cosidas admirablemente. La disposición de la momia no es horizontal; presentase con las extremidades abdominales un tanto encogida. Fue hallada en una cueva cementerio del pago de Bajamar, donde llaman Las Goteras o La Laja en 1881» [5]


Sobre esta momia se sabe que fue propiedad del médico y naturalista Anatael Cabrera Díaz [1886-1943], quien, en su rol de «aficionado a la arqueología, donó y vendió fondos arqueológicos al Gabinete de Historia Natural [del entonces Instituto de Canarias de La Laguna] antes de la llegada al Instituto de su hermano menor, don Agustín Cabrera» [6]. Quizá con el tiempo aparezcan referencias específicas para 1881 que documenten definitivamente el hallazgo de este cuerpo mirlado en alguna de las concavidades del acantilado de Las Goteras, certificando la identificación de su depósito funerario. Debe apuntarse que hay referencias, citadas en el informe del Instituto de Estudios Canarios, a otra necrópolis o enterramiento en este acantilado, también con riesgo en su acceso, que está conformado por dos cuevas pequeñas interconectadas, de escaso fondo, con una humedad y goteo excesivos en su interior, de cuyo piso se extrajeron restos humanos de hasta diez individuos, con cuentas de collar y punzones.



Conclusión

A tenor de lo expuesto, cabe afirmar que la Cueva de Las Goteras se configura en otro testimonio valiosísimo de todo ese patrimonio natural y arqueológico de Tenerife que subyace, herido y desgarrado en su contenido y mensaje, a la espera de un tratamiento específico por las instituciones. Nos negamos a pensar que el reconocimiento y puesta en valor de sus características, que su protección y ese mejor conocimiento de nuestro pasado a través de registros naturales e históricos que, como este, han llegado a nosotros, suponga un hándicap en lugar de una oportunidad inmejorable para relanzar los valores que hoy buscan (y de los que tanto adolecen) la comunidad escolar, el estamento científico e, incluso, con una lectura mercantilista, los visitantes y turistas a quienes poder ofrecer un nuevo rincón singular dentro del recorrido patrimonial de la isla. No dejemos que por salvaguardar la esencia de lo que nos hace únicos todo ese legado se pierda, se nos vaya o se desconozca y, como dijera Alfred de Musset, no dejemos que «ese olvido llegue al corazón, como a los ojos el sueño».


[1] Este informe, suscrito por el fundador y primer director del Instituto de Estudios Canarios, José Peraza de Ayala y Rodrigo-Vallabriga [1903-1988], y su secretario, Leopoldo de la Rosa Olivera [1905-1983], quienes se trasladaron en septiembre de dicho año 1933 a Bajamar para conocer el yacimiento del que habían tenido noticias por el descubrimiento accidental de un «cazador de nidos de aves marinas», fue redescubierto entre los papeles del Instituto por Manuel Rodríguez Mesa y publicado por el catedrático Antonio Tejera Gaspar en el anuario de dicha institución bajo el título «Restos arqueológicos de las cuevas de "Las Goteras" (Bajamar) y "El Prix" (Tacoronte), en la isla de Tenerife» [nº 36-37, 1991-1992, pp. 203-210). [PDF]
[2] La antigüedad del uso de este topónimo en las Islas ha sido apuntada ya por el investigador Humberto Pérez en su blog http://toponimograncanaria.blogspot.com.es/, quien documenta ya para octubre de 1549 la voz «barranco de las Goteras» (situado en las cercanías de la Caldera del Lentiscal, Santa Brígida, Gran Canaria) en registros de propiedad de tierras. (Véase al respecto la obra de RONQUILLO, M. y AZNAR VALLEJO, E.: Repartimientos de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, 1998). [PDF]
[3] Como curiosidad debemos reseñar que el conocido barranco del Chorrillo, en el término municipal de Santa Cruz de Tenerife, ha sido conocido asimismo en algún momento pasado como de Las Goteras. En el informe del Instituto de Estudios Canarios (1933) se citaba que el topónimo de Las Goteras hacía referencia a los «pequeños manantiales de agua en varias partes del acantilado».
[4] Prueba del interés que suscita en la actualidad este recurso natural nos la brinda el investigador Francisco Adán Fariña en varios de sus interesantísimos blogs referentes a rutas de interés espeleológico o de escalada, donde identifica la cueva analizada en este artículo bajo el apelativo de la Cueva del Yeso.
Véanse http://franciscofarina.blogspot.com.es/2009/11/cueva-del-yeso.html; http://espeleomajan. blogspot.com.es/ y http://franciscoadanfarina.blogspot.com.es/2012/10/cueva-del-yeso_25.
[5] Jiménez Sánchez, S.: «Embalsamamientos y enterramientos de los "canarios" y "guanches", pueblos aborígenes de las Islas Canarias». Revista de Historia. Universidad de La Laguna, nº 55, julio-septiembre de 1941, p. 265, citado en el artículo de Raúl Melo Dait «Documentos, expolio y destrucción de momias canarias en los siglos XVIII, XIX y XX (y 2)» (La Prensa-El Día, 10 de diciembre de 2005). [PDF]
[6] Arnay de la Rosa, M., García Pérez, A. M., González Reimers, E. y Afonso Vargas, J. A. 2011: Los materiales antropológicos procedentes del Barranco de Agua de Dios (Tegueste) depositados en el Instituto Cabrera Pinto: un recurso para la investigación y la enseñanza. En Soler Segura, J., Pérez Caamaño, F. y Rodríguez Rodríguez, T.: Excavaciones en la Memoria. Estudio historiográfico del Barranco del Agua de Dios y de la Comarca de Tegueste (Tenerife). Tegueste, Gobierno de Canarias-Ayuntamiento de la Villa de Tegueste: 169-201. [PDF]


expedición de visita de 1997

expedición de visita de 1997

expedición de visita de 1997

expedición de visita de 1997

expedición de visita de 1997


No hay comentarios:

Publicar un comentario