La cueva de Las Goteras
(Tenerife, Bajamar).
Un valioso y recóndito enclave donde Arqueología y Geología se fusionan
Daniel García Pulido
Fondo de Canarias
Biblioteca General y
de Humanidades
Universidad de La
Laguna
dgarciap@ull.edu.es
Introducción
Desde hace décadas ha dejado de
resultar paradójica la triste circunstancia, salvo contadas y bellísimas
excepciones, de la situación de gran parte del patrimonio de nuestra isla de Tenerife.
Esa riqueza hereditaria, tanto en sus acepciones natural como histórica, en sus
apartados inmaterial como etnográfico, atesora ejemplos y registros invaluables,
únicos en su inmensa mayoría, los cuales, a pesar de ser un reflejo
privilegiado de épocas pasadas, languidecen a la espera de un tratamiento, a
veces de unas sencillas actuaciones, que les devuelvan ese sentido y esencia
dentro de nuestro devenir actual. En esa línea, aunque parezca igualmente flagrante,
ya incluso deja de resultar sorprendente y puede que sea hasta «entendible» que
no existan yacimientos aborígenes accesibles dentro de la oferta cultural de la
isla de Tenerife, espacios que permitan al visitante, al escolar o al
interesado el descubrir y conocer in situ
la realidad de ese mundo prehispánico que, hoy por hoy, nos llega
deslavazado por efecto del escaso eco o la poca difusión de los interesantes
estudios ya editados, por la escasa crítica científica existente y por las
secuelas distorsionadoras del nacionalismo.
Fotografía del interior de la cueva, cedida por Javier Miranda |
A pesar de este panorama que puede constatarse a cada paso en esta hermosa
isla, ello no es óbice para que se sigan dando a la luz propuestas que pugnen
por rescatar pedazos de ese patrimonio bajo diferentes lecturas, tal y como es
intención y propósito de estas líneas: fijar por momentos el foco de atención del
lector sobre un rincón, la cueva de Las Goteras, en Bajamar, que clama por su
inclusión entre los espacios protegidos canarios por sus características
singulares en campos tan atractivos como la Geología y la Arqueología insulares.
En este enclave se cumple la valiosa circunstancia de la confluencia de múltiples
retazos de información, provenientes de diversas fuentes, sobre el que
presumiblemente es el mismo punto de origen, hecho este que genera siempre en todo
estudioso la necesidad de reunir, clasificar y plasmar en papel esas
referencias para que sirvan de guía para otros investigadores, para que no se
siga reiterando en ese error o interpretación sesgada, y se pueda avanzar así en
una mejor comprensión del objeto o sujeto en estudio. El emplazamiento objeto
de nuestros desvelos podría pasar como episodio paradigmático en este sentido,
con testimonios en varios frentes de una gran relevancia que, englobados en un
solo lugar, confieren a este una etiqueta de atención privilegiada. Ese y no
otro fin es el que nos ha movido a redactar este texto, con la esperanza de que
pueda servir de reclamo y utilidad para los especialistas, sobre quienes obviamente
recae la responsabilidad de un estudio pormenorizado y ajustado sobre un
enclave que reclama una atención singularizada en nuestro horizonte patrimonial.
Ubicación - referencias geográficas
La realidad y ubicación física de esta cueva las conocemos merced a dos
testimonios: uno documental, a través del informe efectuado por una comisión
del Instituto de Estudios Canarios fechado en octubre de 1933 [1];
y otro personal, brindado por nuestro amigo Javier García Miranda, quien amablemente
nos ha cedido las referencias exactas de su vinculación y estudio sobre este
paraje y a quien debemos la realidad efectiva de este artículo. Situada en
medio de una pared vertical de aproximadamente 70 metros de altura en la
ensenada de Las Goteras, en la costa de Bajamar (muy próxima a las
instalaciones del Club Náutico de dicha localidad), la entrada de la gruta puede
fijarse en torno a unos 40
metros del suelo y a unos 30 del borde superior del
acantilado. De muy difícil observación desde tierra, solo puede adivinarse su
entrada mirando desde el lado del precitado Club Náutico, ya que desde el
Charco de La Laja
una gran roca obtura la visión de su boca natural.
El ingreso en dicha concavidad es factible en la actualidad únicamente
con el auxilio inexcusable de equipamientos de escalada, si bien existe (y hay
constancia que en 1933 se utilizó para el acceso a la misma) «una imperceptible
vereda en el mismo acantilado, casi por completo vertical, llegando a ella
asiéndose a pequeños retallos y con evidente peligro».
Detalle del acantilado de Las Goteras, con indicación de la ubicación de la cueva. [Fotografía de Cande Betancor] |
Topónimo
de «Las Goteras»
A través del maravilloso recurso de investigación que representa la
aplicación tecnológica ofrecida por GrafCan (de la agencia IDE Canarias) hemos
podemos confirmar que la voz o término «Las Goteras», que identifica a la cueva
objeto de nuestro estudio y, que por extensión, da nombre a todo el lugar y
cala próximas, es un topónimo muy extendido en las Islas, con ejemplos en todas
y cada una de ellas [2]. Siguiendo al Diccionario
de la Real Academia de la Lengua, esta acepción de «goteras» define las «filtraciones
de agua a través de un techo» o «las grietas por donde se filtra dicha agua»,
lo que nos da pie a pensar que las características singulares de las «goteras»
de esta cueva (sobre las que hablaremos con detalle más adelante) otorgaron
nombre a todo el enclave, sentando un matiz de preponderancia y principalidad
de esta concavidad respecto al medio cercano en que se encuentra.
En Tenerife encontramos este topónimo asociado especialmente a
barrancos, existiendo un ejemplo con ese mismo nombre, al menos, hasta en siete
municipios (Candelaria, Arico, Adeje, Tacoronte, Guía de Isora, Güímar y
Vilaflor) [3].
En un intento de refrendar la utilización de este apelativo a otras
concavidades o grutas solo hemos podido encontrar referencias a la cueva de La
Gotera, en Guía de Isora, que debe compartir la especificidad de las
mencionadas escorrentías y goteos en su techo.
Descripción
de la Cueva de «Las Goteras» - Referencias geológicas
La cueva de Las Goteras presenta unprimer tramo en forma de túnel o tubo volcánico longitudinal, de aproximadamente
unos 80-100 metros
de largo, que por su altura holgada permite mantenerse erguidos sin
dificultades a quienes acceden a ella. El túnel se va estrechando en su extremo
final, hasta terminar en una pared donde parece finalizar su recorrido hacia las
entrañas del acantilado; no obstante, a ras de suelo existe un pequeño hueco de
apenas 40 centímetros
de altura, de corte ovalado (accidente geográfico que los espeleólogos denominan
«gatera»), que da paso a una continuación del tubo volcánico que esconde o
escondía el verdadero tesoro geológico de esta emplazamiento. En una sucesión asombrosa
de varias bóvedas de tamaño considerable aparece el suelo y partes del techo cubiertos
por una especie de mineral cristalino de origen calcáreo -que inicialmente
recuerda muchísimo al cuarzo-. En las precitadas bóvedas pueden contemplarse
hoy en día, junto a esos grandes «lamparones» del mineral cristalino adherido a
la piedra natural de la concavidad, las bases truncadas de lo que fueron unas
enormes estalactitas que fueron arrancadas de su emplazamiento original. Este
lamentable expolio ya aparecía documentado en el informe del Instituto
de Estudios Canarias (1933) cuando se afirmaba que pudieron observarse restos
de estalactitas en el interior de la Cueva de Las Goteras que fueron
destrozadas porque acaso «creían encontrar oro en su interior, [lo que] fue la
causa de su completo destrozo, [pues] tenían hasta tres metros de longitud,
formando, seguramente, un bello aspecto por su absoluta blancura y por la
belleza de sus formas». Desconocemos si existen o existieron en el Archipiélago
ejemplos tan formidables de sedimentación calcárea cristalina pero tan solo su
recuerdo y su recreación visual en un espacio que todavía subsiste creemos que
convierten a esta cueva en un rincón especial dentro del patrimonio geológico
insular [4].
Javier García Miranda en la expedición de visita de 1997 |
En una excursión efectuada en noviembre
de 1997 por un grupo de cinco personas, bajo la dirección del montañero y
espeleólogo José Luis Gómez, se pudieron hallar todavía muchos trozos grandes
de aquel material (con fragmentos de hasta 30 centímetros), que
fueron depositados en el departamento de Geología de la Universidad de La
Laguna para su identificación, clasificación y protección. No deja de resultar
curioso que la primera impresión de los especialistas que recibieron estos
ejemplares minerales cristalinos dudaran de su procedencia local, afirmando que
esos trozos de roca provenían de yacimientos ajenos a la isla de Tenerife, ya
que, al parecer, no existía otro precedente en grandes cantidades, a excepción
de pequeños fragmentos de apenas unos centímetros encontrados en la célebre Cueva
del Viento en Icod de los Vinos.
Tras esa serie de grandes bóvedas donde
se hallaron en el pasado aquellas estalactitas de metros de longitud,
continuaba el tubo volcánico de la cueva de Las Goteras en una sucesión de otras
concavidades más pequeñas, a las que se accedía a ras de suelo a través de
nuevas «gateras». Según las referencias que debemos a dicha expedición, el
recorrido aproximado de las diferentes galerías y recovecos de aquel yacimiento
alcanza la importante cifra de unos 600 metros en total.
Referencias arqueológicas en dicha cueva
Al indudable valor geológico de la cueva de
Las Goteras debe añadirse además su calidad como yacimiento arqueológico, hecho
contrastado, como mínimo, en el citado informe elaborado por el Instituto de
Estudios Canarios en 1933. En aquel entonces, Peraza de Ayala y
Rodrigo-Vallabriga, junto a De la Rosa Olivera y otros, fueron testigos de que,
a pesar de que la cavidad «había sido por completo arrasada a la visita de la
misión de este Instituto», se llegó a verificar el hallazgo de «tres o cuatro
esqueletos, que no han podido ser recuperados, siendo digno de notarse que
entre ellos se encontraron, casi al comienzo de la misma, dos esqueletos, uno
de persona mayor, otro, a su lado, de niños..». Su no recuperación debió ser
consecuencia, aparte de por su estado fragmentario y revuelto, de las
condiciones tan peligrosas del acceso a la cueva, que no ofrecían condiciones
de traslado seguras para el material a proteger, así como, posiblemente, a la
falta de envoltorios o bolsos adaptados para la manipulación de los restos
arqueológicos. La imposibilidad de extracción de ese patrimonio quedó
verificada cuando, hacia 1996, la cueva fue visitada por el
anteriormente citado ex-legionario de Punta del Hidalgo, quien contó a sus amistades
que «en el interior había muchos huesos humanos y vasijas de barro», y que
perdió estas reliquias al caérseles al mar al intentar bajarlas por la peligrosa
vereda. Siguiendo el testimonio de García Miranda, aún en la actualidad, si
bien a simple vista no se advierte ninguna evidencia de restos arqueológicos de
relevancia, especialmente debido a la gruesa capa de excrementos secos de aves
marinas que colapsan el piso de la cueva en sus extremos inicial y medio,
pueden hallarse en el suelo fragmentos de cerámica y restos humanos de pequeño
tamaño (trozos de costillas, vértebras).
No obstante, el registro arqueológico más valioso que posiblemente encerraba
la cueva de Las Goteras (o alguna de las ubicadas en sus cercanías), y que
junto con aquellas estalactitas calcáreas de metros de longitud confieren a
este yacimiento un punto de atención especial en el horizonte patrimonial de la
isla, no se encuentra depositado en su interior sino en la seguridad de una
vitrina del antiguo Instituto de Canarias, hoy Instituto Cabrera Pinto de La Laguna. En las
dependencias de su interesante Museo de Historia Natural figura una momia
aborigen, sobre la que nos da referencias el arqueólogo Sebastián Jiménez
Sánchez en un informe de 1941:
«En una de las
salitas de Historia Natural del Instituto Nacional de Enseñanza Media de la
ciudad de La Laguna, se exhibe muy bien conservada, una interesante momia,
al parecer de mujer, envuelta desde el cuello a la rodilla en dos capas de
pieles adobadas y cosidas admirablemente. La disposición de la momia no es
horizontal; presentase con las extremidades abdominales un tanto encogida. Fue
hallada en una cueva cementerio del pago de Bajamar, donde llaman Las Goteras
o La Laja en 1881» [5].
Sobre esta momia se sabe que fue propiedad del médico y naturalista Anatael
Cabrera Díaz [1886-1943], quien, en su rol de «aficionado a la arqueología, donó
y vendió fondos arqueológicos al Gabinete de Historia Natural [del entonces
Instituto de Canarias de La
Laguna] antes de la llegada al Instituto de su hermano menor,
don Agustín Cabrera» [6]. Quizá con el tiempo
aparezcan referencias específicas para 1881 que documenten definitivamente el
hallazgo de este cuerpo mirlado en alguna
de las concavidades del acantilado de Las Goteras, certificando la
identificación de su depósito funerario. Debe apuntarse que hay referencias,
citadas en el informe del Instituto de Estudios Canarios, a otra necrópolis o
enterramiento en este acantilado, también con riesgo en su acceso, que está
conformado por dos cuevas pequeñas interconectadas, de escaso fondo,
con una humedad y goteo excesivos en su interior, de cuyo piso se extrajeron
restos humanos de hasta diez individuos, con cuentas de collar y punzones.
Conclusión
A tenor
de lo expuesto, cabe afirmar que la Cueva de Las Goteras se configura en otro
testimonio valiosísimo de todo ese patrimonio natural y arqueológico de
Tenerife que subyace, herido y desgarrado en su contenido y mensaje, a la
espera de un tratamiento específico por las instituciones. Nos negamos a pensar
que el reconocimiento y puesta en valor de sus características, que su
protección y ese mejor conocimiento de nuestro pasado a través de registros
naturales e históricos que, como este, han llegado a nosotros, suponga un
hándicap en lugar de una oportunidad inmejorable para relanzar los valores que
hoy buscan (y de los que tanto adolecen) la comunidad escolar, el estamento científico
e, incluso, con una lectura mercantilista, los visitantes y turistas a quienes
poder ofrecer un nuevo rincón singular dentro del recorrido patrimonial de la
isla. No dejemos que por salvaguardar la esencia de lo que nos hace únicos todo
ese legado se pierda, se nos vaya o se desconozca y, como dijera Alfred de
Musset, no dejemos que «ese olvido llegue al corazón, como a los ojos el
sueño».
[1] Este informe,
suscrito por el fundador y primer director del Instituto de Estudios Canarios,
José Peraza de Ayala y Rodrigo-Vallabriga [1903-1988], y su secretario,
Leopoldo de la Rosa
Olivera [1905-1983], quienes se trasladaron en septiembre de
dicho año 1933 a
Bajamar para conocer el yacimiento del que habían tenido noticias por el
descubrimiento accidental de un «cazador de nidos de aves marinas», fue
redescubierto entre los papeles del Instituto por Manuel Rodríguez Mesa y
publicado por el catedrático Antonio Tejera Gaspar en el anuario de dicha
institución bajo el título «Restos arqueológicos de las cuevas de "Las
Goteras" (Bajamar) y "El Prix" (Tacoronte), en la isla de
Tenerife» [nº 36-37, 1991-1992, pp. 203-210). [PDF]
[2] La antigüedad
del uso de este topónimo en las
Islas ha sido apuntada ya por el investigador Humberto Pérez en su blog http://toponimograncanaria.blogspot.com.es/,
quien documenta ya para octubre
de 1549 la voz «barranco de las Goteras» (situado en las cercanías de la Caldera del Lentiscal,
Santa Brígida, Gran Canaria) en registros de propiedad de tierras. (Véase al respecto la obra de RONQUILLO, M. y AZNAR
VALLEJO, E.: Repartimientos de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria,
1998). [PDF]
[3] Como
curiosidad debemos reseñar que el conocido barranco del Chorrillo, en el
término municipal de Santa Cruz de Tenerife, ha sido conocido asimismo en algún
momento pasado como de Las Goteras. En el informe del Instituto de Estudios
Canarios (1933) se citaba que el topónimo de Las Goteras hacía referencia a los
«pequeños manantiales de agua en varias partes del acantilado».
[4] Prueba del
interés que suscita en la actualidad este recurso natural nos la brinda el
investigador Francisco Adán Fariña en varios de sus interesantísimos blogs
referentes a rutas de interés espeleológico o de escalada, donde identifica la
cueva analizada en este artículo bajo el apelativo de la Cueva del Yeso.
Véanse
http://franciscofarina.blogspot.com.es/2009/11/cueva-del-yeso.html; http://espeleomajan.
blogspot.com.es/ y http://franciscoadanfarina.blogspot.com.es/2012/10/cueva-del-yeso_25.
[5] Jiménez Sánchez, S.: «Embalsamamientos y
enterramientos de los "canarios" y "guanches", pueblos
aborígenes de las Islas Canarias». Revista
de Historia. Universidad de La
Laguna, nº 55, julio-septiembre de 1941, p. 265, citado en el
artículo de Raúl Melo Dait «Documentos, expolio y destrucción de momias
canarias en los siglos XVIII, XIX y XX (y 2)» (La
Prensa-El Día, 10 de diciembre de 2005). [PDF]
[6] Arnay de la Rosa, M., García Pérez, A. M., González
Reimers, E. y Afonso Vargas,
J. A. 2011: Los materiales antropológicos procedentes del Barranco de Agua de
Dios (Tegueste) depositados en el Instituto Cabrera Pinto: un recurso para la
investigación y la enseñanza. En Soler
Segura, J., Pérez Caamaño,
F. y Rodríguez Rodríguez, T.: Excavaciones en la Memoria. Estudio
historiográfico del Barranco del Agua de Dios y de la Comarca de Tegueste
(Tenerife). Tegueste, Gobierno de Canarias-Ayuntamiento de la Villa de Tegueste: 169-201. [PDF]
expedición de visita de 1997 |
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